Prevención y convergencia entre servicios: nuevas respuestas para nuevos perfiles de persona mayor atendida
Dentro de 15 años, en España residirán 11,3 millones de personas mayores de 64 años, lo que supone un incremento de 2,9 millones respecto a la actualidad. Así lo ha señalado recientemente el Instituto Nacional de Estadística, que pone de esta forma de manifiesto una cifra que, aunque muy positiva, evidencia que la sociedad envejece y que debemos estar preparados para atender a un sector de población que, en realidad, puede que no conozcamos tan bien como pensábamos. Es por eso que, para contribuir a saber a ciencia cierta cuáles son sus problemáticas y sus necesidades, Macrosad ha llevado a cabo el estudio ‘Perfil de la persona usuaria del servicio de ayuda a domicilio: una mirada desde la vulnerabilidad y la fragilidad’, un completo análisis tras el que obtenemos muchas claves que nos indican hacia dónde se deben encaminar los pasos en el futuro.
Una de las principales reflexiones a las que nos aproxima este estudio es que el perfil de la persona mayor está en proceso de cambio. Actualmente la persona que recibe cuidados a domicilio tiene rostro de mujer, con lo cual además de ser tradicionalmente quien ejerce de cuidadora con la familia, es también quien necesita que la cuiden. Además, ha trabajado fuera del hogar y sabe leer y escribir, lo que denota que es una persona mayor con acceso a la información y con mejores herramientas para ser autónoma de lo que a priori podríamos identificar. Esto nos lleva a pensar que en un futuro próximo, podríamos encontrar a una persona mayor que tiene acceso a la tecnología y, por tanto, con mayor acceso a los recursos existentes, algo que no se plantea en la actualidad.
En los mayores del futuro también empiezan a surgir necesidades que hoy por hoy no se tienen en cuenta, como es el ir más allá de los cuidados básicos, esto es, atender también a los cuidados estéticos porque es algo directamente relacionado con el bienestar emocional de la persona. Del estudio también se desprende que es fundamental el apoyo social como fórmula inmejorable para que no exista la temida soledad.
Por tanto, cambia el perfil de los mayores y cambian también sus problemáticas y necesidades. Hasta ahora, desde lo social y lo sanitario se ha tenido claro que había que preparar a aquellos/as que cuidan en el domicilio para que pudieran atender a la persona en las mejores condiciones, como es el caso de saber asear a un encamado o realizar una movilización del mismo. Sin embargo, los nuevos retos replantean lo asistencial frente a lo preventivo, en un camino en el que consideramos que un concepto sin el otro carece de sentido. Por ello, desde nuestra óptica, el cuidador o la cuidadora, deben ser un agente preventivo, algo para lo que se necesita una importante labor de sensibilización y formación. No se trata solo de que sepa como asistir, sino de actuar “antes de” también, en aspectos como la planificación y organización del domicilio, lo cual puede ralentizar la llegada de mayor dependencia y, consecuentemente, la mayor necesidad de asistencia.
Esta propuesta de potenciar la prevención se vincula a una de las principales conclusiones de ‘Perfil de la persona usuaria del servicio de ayuda a domicilio: una mirada desde la vulnerabilidad y la fragilidad’, que es que el 33% de los usuarios sufre caídas en el hogar y que más del 60%, además, vuelve a caerse. Ante esta situación parece evidente que el papel de la persona cuidadora debería estar orientado a hacer del domicilio un lugar más seguro y a preparar a la persona mayor para evitar esas caídas, trabajo que reduciría el “síndrome del temor a caerse”.
Otro aspecto importante sería la convergencia entre servicios, ya que el estudio también ha puesto de manifiesto el déficit que existe a la hora de la convalecencia después de que la persona mayor pase por el hospital. Hay vacíos tan importantes como este sin cubrir y si la persona no cuenta con apoyo familiar, se encuentra desamparada en un momento en el que la atención es fundamental para que pueda recuperarse.
En definitiva, la vulnerabilidad y la fragilidad que se desprenden del análisis llevado a cabo, deben verse como la realización de un diagnóstico de salud y social que nos lleve a intervenir en estos casos para potenciar la autonomía. No solo se trata de saber qué es lo que está mal, sino que lo fundamental es intervenir para dar respuesta a las necesidades detectadas. Y esa debe ser una tarea de todos.